José Carlos Mariátegui por María Wiesse.
Empresa Editora Amauta, 1971. |
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XII.- Curva de una vida |
EN los treinticinco años de su existencia Mariátegui pudo cumplir su destino y su misión. Nacido en la pobreza, señalado desde niño por el dolor, luchando toda la vida contra la enfermedad no se quiebra jamás la línea dé su voluntad, no se apaga nunca la llama de su corazón, ardiendo en generosidad y en ímpetu. Su adolescencia —en la que ya despuntaban su talento y su inquietud intelectual— sufrió la intoxicación de los venenos literarios de principios de siglo. Bebió en los vasos de los poetas decadentes y de los escritores preciosistas. Mas el sedimento de humanidad que había en su corazón, lo purificó de aquellos tóxicos y la meditación de los problemas sociales lo liberó del morbo decadentista. En Europa encontró —como él mismo lo dijo— su camino. Y al volver a su tierra natal su personalidad se ha robustecido, su espíritu se ha templado, su contextura moral se ha engrandecido y la curva de su vida se dibujó potente, firme, tensa, para ir derecho a su fin.
En su silla de ruedas, mutilado, frágil, casi deshecho por la enfermedad, daba una impresión de alegría reconfortante. Conversar con él tonificaba el espíritu. De sus ojos negros e interrogantes se desprendía como un halo de fuego y las notas de su risa se desgranaban cordialmente.
Maestro sin cátedra y sin diploma Mariátegui se veía rodeado de estudiantes que anhelaban escuchar su palabra grávida de pensamiento, y de profesores deseosos de intercambio intelectual. Ejerció profunda influencia en los jóvenes y se pensó en llevar a San Marcos al autodidacto, cuya cultura no era la fría erudición de infolios y pergaminos apolillados, sino una emanación viviente y cálida del espíritu.
Si alguna vez salía el escritor a la calle —gustaba a veces de pasar las tardes en una playa— a devoción y el respeto lo acompañaban en su trayecto. ¡Mariátegui, Mariátegui! Su nombre significaba inteligencia, pureza y sinceridad. |
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¡Mariátegui! Para escribir sobre este hombre tan sobrio y pudoroso en la expresión de su vida íntima y de sus sentimientos, de este hombre sencillo y parco al tratar de sí mismo, austero y mesurado, con la mesura de las almas finas y fuertes, que no se prodigan en vanas palabras, no hay que usar de adjetivos de relumbrón, vocablos ruidosos y epítetos truculentos.
Para responder a su sobriedad, a su sencillez, a su austeridad, seamos claros, serenos y severos. Su personalidad de pensador, de intelectual y de místico no ha menester de frases abultadas y giros tropicales. Podemos la maleza que pudiera rodear la evocación de su figura tan grande y tan humilde.
Humilde fue Mariátegui como lo han sido todos los precursores, los sembradores de ideas, los mensajeros de una doctrina. Humilde y generoso; se dio todo y nada reclamó. Ni honores, ni fama, ni dinero, ni aplausos.
Vivió agonizando y su agonía fue renacimiento, renovación y amor.
En las horas sombrías y angustiadas que hoy vivimos, es conveniente, es necesario, recordar el mensaje y escuchar la voz de los hombres que, como Mariátegui, supieron asumir una responsabilidad y cumplir su misión.
A él, el pequeño gran "Amauta" de América, miremos cuando vacile nuestra fe y desmaye nuestra esperanza.
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Lima (Miraflores). 1944-1945. |
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